Comprensión para todos
La exposición de tus palabras alumbra; hace entender a los simples. Salmo 119:130.
La Palabra de Dios presenta el medio más poderoso de educación, así como
la fuente más valiosa de conocimiento dentro del alcance del hombre.
El entendimiento se adapta a las dimensiones de los temas con los que debe tratar.
Si se ocupa únicamente de asuntos triviales y comunes, si no se lo emplea
para esfuerzos fervientes a fi n de comprender las verdades grandes y eternas,
se empequeñece y debilita.
De aquí el valor de las Escrituras como un medio
de cultura intelectual. Su lectura, con espíritu reverente y disposición a
aprender, expandirá y fortalecerá la mente como ningún otro estudio.
Llevará
directamente a la contemplación de las verdades más excelsas, ennoblecedoras
y estupendas que puedan presentarse a la mente humana. Ellas dirigen nuestros
pensamientos al infi nito Autor de todas las cosas.
Vemos revelado el carácter del Eterno y escuchamos su voz cuando tiene
comunión con los patriarcas y los profetas.
Vemos explicados los misterios de
su providencia; los grandes problemas que han demandado la atención de toda
mente pensadora, pero que, sin la ayuda de la revelación, trata inútilmente de
resolver el intelecto humano.
Abren a nuestro entendimiento un sistema de
teología sencillo y sin embargo sublime, que presenta verdades que un niño
puede abarcar, pero que son tan amplias como para desconcertar las facultades
de la mente más poderosa...
Nuestro Salvador no ignora a los instruidos ni desprecia la educación.
Sin
embargo, eligió a pescadores incultos para la obra evangélica, porque no habían
sido educados en las costumbres falsas y en las tradiciones del mundo.
Eran
hombres de habilidad natural y poseían un espíritu humilde, susceptible de ser
educado; eran hombres a quienes podía educar para su gran obra...
A los cultos abogados, sacerdotes y escribas les fastidiaba ser enseñados por
Cristo.
Ellos deseaban enseñarle a él, y frecuentemente lo intentaron, pero su
único resultado fue ser vencidos por la sabiduría que dejaba al descubierto su
ignorancia y reprendía su necedad.
En su orgullo y prejuicio, no aceptaban las
palabras de Cristo, aunque se sorprendían por la sabiduría con la que hablaba...
Pero las palabras y las acciones del humilde Maestro, registradas por los compañeros
iletrados de su vida cotidiana, han ejercido un poder viviente sobre la
mente de hombres y mujeres desde ese entonces hasta el presente –Review and
Herald, 25 de septiembre de 1883; parcialmente en A fi n de conocerle, pp. 10, 191.